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Aunque me parezcan opciones respetables,
creo que nunca buscaré un restaurante, hotel o vagón de tren estableciendo
como filtro la prohibición de la estancia o entrada a los menores
de 14 años. Tampoco otros que limiten o excluyan a los ancianos, albinos,
negros o difíciles de cara. En realidad, siento más molestia ante la indecencia
premeditada y silenciosa de los adultos que ante las risas y el alboroto
espontáneo e inocente de los niños. Una cosa es que los menores estén
asilvestrados y fuera del control de los progenitores, y otra es tratar de
insonorizar la respiración propia de la vida. Habrá a quien le resulte
atractivo contemplar unas cascadas colocando una protección auditiva que le
impida escuchar el sonido del agua, a quien le encante pasear por el campo sin
oír el canto de las aves ni el zumbido de los insectos y quien le guste ver
tormentas sin percibir el ruido de los truenos, sin embargo, lo genuino genera
y desprende sonido. Qué extraño, muestras de preocupación por la baja natalidad
e incomodo por el torbellino de los críos.