jueves, 10 de julio de 2014

Insonorización

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Aunque me parezcan opciones respetables, creo que nunca buscaré un restaurante, hotel o vagón de tren estableciendo como  filtro la prohibición de la  estancia o entrada a los menores de 14 años. Tampoco otros que limiten o excluyan a los ancianos, albinos, negros o difíciles de cara. En realidad, siento más molestia ante la indecencia premeditada y silenciosa de los adultos que ante las risas y el alboroto espontáneo e inocente de los niños. Una cosa es que los menores estén asilvestrados y fuera del control de los progenitores, y otra es tratar de insonorizar la  respiración propia de la vida. Habrá a quien le resulte atractivo contemplar unas cascadas colocando una protección auditiva que le impida escuchar el sonido del agua, a quien le encante pasear por el campo sin oír el canto de las aves ni el zumbido de los insectos y quien le guste ver tormentas sin percibir el ruido de los truenos, sin embargo, lo genuino genera y desprende sonido. Qué extraño, muestras de preocupación por la baja natalidad e incomodo por  el torbellino de los críos.