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Está claro que cada cual lo flipa
a su manera, aunque no todas las ocurrencias y alucines alcanzan una
dimensión pública. Llama la atención la propuesta formulada por el inspector jefe
de las Escuelas del Reino Unido, consistente en multar a los “malos padres” que
no practiquen la lectura con sus hijos y que muestren escaso interés por
los asuntos relacionados con su educación académica, como no asistir a las
reuniones celebradas en los centros escolares o permitir que los menores acudan
a las clases sin los deberes hechos. ¿Imbuir el hábito de la lectura e
implicarse en la evolución educativa a base de sanciones económicas? La verdad,
no acabo de verlo, y es que no creo en el dicho de que la letra con sangre
entra. Por otra parte, ¿emplear la misma vara de medir sin tener en cuenta la
situación socioeconómica de las familias? Según estimaciones de la ONG Save the
Children, cerca de cinco millones de niños ingleses podrían vivir en condiciones
de pobreza en 2020. Cuando faltan recursos para satisfacer las necesidades
corporales, las inquietudes y exigencias intelectuales pasan a un segundo
plano. ¿Y a quién hay que multar si los pequeños se acuestan con el estómago
vacío?
