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Viendo lo sucedido en los últimos
tiempos en el entorno político (y no solo en el nacional), quizás sea
conveniente realizar una medición del nivel de ruido e iluminación existente en
los lugares de trabajo de quienes representan a la ciudadanía, pues, aunque la
sordera y la merma de la vista no son enfermedades profesionales causadas
por el desarrollo de la actividad política, da la impresión de que la
pérdida de audición y visión son lesiones que están afectando a un
número considerable de gobernantes y políticos. Oídos incapaces de captar,
escuchar y entender la voz de la población, ojos que no ven la situación
padecida en millones de hogares. Y aun siendo ello un problema de
salud social indeseable y evitable en buena medida, parece haber
personal empeñado en ignorarlo, disimularlo o
despreciarlo. Dado que el ciclo de la vida (nacer, crecer, desarrollarse
y morir) no es un asunto ajeno a las formaciones políticas, obviar la gravedad
del riesgo asumido al mantener una larga e intensa exposición a la
toxicidad emanada de los lodos de la deshonestidad y la usura, es una
forma de favorecer el desgaste y el debilitamiento, una manera de precipitar
el tránsito hacia el tanatorio y el olvido.