lunes, 19 de noviembre de 2018

Conductas primarias y salvajes

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Una muchedumbre se amontona con una mano levantada por encima de la cabeza tratando de captar con el teléfono móvil unas buenas imágenes de la muerte en directo de Alberto y Ricardo, tío y sobrino respectivamente, que permanecen envueltos en llamas ante la puerta de una comisaría. Sucedió a finales de agosto en un pueblo mexicano, cuando un bulo sobre el secuestro de niños y el tráfico de órganos difundido a través de la aplicación de mensajería WhatsApp, llevó a la gente a golpear y quemar con gasolina a dos personas inocentes de las acusaciones de las que fueron objeto sobre la marcha, sin pruebas ni opción a la defensa. 
Ricardo estudiaba Derecho, era un joven que creía más en la razón y la palabra que en las emociones colectivas desatadas en forma de brutalidad al calor de la sospecha (fundada, injustificada o incluso malintencionada) y fuera del espacio reservado a la justicia.
De un lado, robótica e inteligencia artificial; de otro, conductas primarias y salvajes. Y echando una mirada a la realidad global, sin visos de mejora general en el horizonte.