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Existe un notable desconcierto ante el crecimiento de movimientos
políticos y sociales con la denominación de populistas, eurófobos o
euroescépticos, un fenómeno que parece resquebrajar la dinámica afectiva e
integradora establecida durante décadas por la ciudadanía europea en torno al
proyecto de una comunidad de naciones cada vez más cohesionada y equilibrada.
Pero, y a qué responde esa pérdida de confianza: ¿a un berrinche sin fundamento de
unas poblaciones acomodadas en el sofá del Estado del Bienestar?, ¿a la
necesidad colectiva de salir de la rutina política para practicar actividades
de riesgo?, ¿a la extensión de la superficie continental destinada al cultivo intensivo
de la precariedad, la frustración y la exclusión social?
La percepción de que la clase política es más una fuente de problemas
que de soluciones contribuye a desgastar la credibilidad en las instituciones y
a disminuir la valoración de la democracia, algo que se alimenta cuando la
actividad política está destinada al engorde personal y partidista despreciando
las necesidades del colectivo.