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Es lo
que me vino a la mente al leer una noticia acerca de las más de 300 familias
chinas que, en la conmemoración del Día Internacional de la Infancia,
decidieron llevar de excursión a sus niños a una zona de residencias de
lujo con la intención de imbuirles el deseo de hacerse ricos en el
futuro, de animarles a situar la opulencia en la cresta de los objetivos
personales. Por otra parte, tampoco es que haya mucha diferencia con los
programas televisivos dedicados a mostrar mansiones y bienes suntuosos, pues se
trata de la misma esencia presentada en envases distintos. Con centenares
de millones de personas en el planeta inmersas en una situación de pobreza
extrema, con una globalización desequilibrada en la distribución de
recursos y desarmonizada en cuestiones de convivencia, con la comunidad
científica alertando respecto a los niveles existentes de contaminación y
degradación del medio ambiente y con previsiones de un aumento progresivo de la
demografía y una huella ecológica mundial insostenible, parece que
hay obstinación en seguir con la venda en los ojos. Los viveros de desmesura e
indiferencia son una rémora para lograr los Objetivos de Desarrollo
del Milenio.