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He tenido relación estrecha con personas que, debido a una cuestión de
preferencias, optaron por el parto en el
domicilio particular y por no vacunar a los niños en los primeros años de vida, y con independencia
de mis diferencias respecto a los riesgos asumidos, nunca tuve dudas respecto a
los sentimientos y cuidados dispensados hacia
sus hijos. De ahí la sorpresa ante los comentarios surgidos como dardos en días pasados pidiendo la
retirada de la custodia a los padres del menor contagiado de difteria, pues es
de suponer que éstos declinaron administrar la vacuna (de carácter voluntario)
al menor pensando que ello sería beneficioso para su salud y no al contrario. Sin embargo, la realidad parece constatar que
la decisión fue desacertada, que la
información y el asesoramiento recibido por los progenitores les llevó a
ignorar o despreciar el peligro asumido al moverse por el mundo sin los escudos
sanitarios que representan las vacunas. Deseando un buen desenlace del suceso,
este quizás de lugar a una reflexión social al respecto, así como a la
adopción de medidas sanitarias que contribuyan a mejorar la cobertura y el seguimiento de los
procesos de vacunación.