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Aun siendo la
nota media de las chicas mayor a la de los chicos, un estudio de la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económicos (OCDE)
señala que ellas sienten menos confianza en sí mismas a la hora de
abordar un trabajo y ante su futuro laboral. Y ello, ¿no será debido a que,
desde la infancia, el sexo femenino comienza a recibir mensajes y percibir
situaciones que encauzan, encorsetan y obstaculizan el camino hacia la
igualdad?, ¿no será que los papeles representados por la mujer en la
sociedad a lo largo de siglos han estado situados de manera generalizada
en un segundo plano de la vida política, económica y social? Porque, si la
capacidad intelectual no distingue entre géneros, cómo explicar este
sentimiento de inseguridad. Si los datos resultantes de cotejar la situación
entre ambos sexos en múltiples y variados planos de la realidad actual,
desvelan la existencia de un claro desequilibrio a favor del hombre,
tampoco es tan extraño que las adolescentes alberguen un nivel superior de
dudas respecto a sus posibilidades profesionales. Para
igualar las cotas de confianza entre sexos, ¿no es necesario cambiar los
esquemas y las reglas de juego?