miércoles, 23 de febrero de 2011

Un sabor agridulce

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Nos saludamos, charlamos durante unos minutos y después llegó la despedida. Él continuó el camino en compañía de sus problemas y sin obtener una respuesta que resolviera alguna de sus dudas, y yo me fui con el sabor agridulce que deja saber que un conocido al que aprecias está pasando por un mal momento, sin que ello le haya impulsado a desprenderse de cualquier principio que suponga un obstáculo para tratar de sobrevivir sin prejuicio o reparo moral alguno en la selva social de la indiferencia y la codicia.
Con una pensión de 600 euros mensuales, que agradece y estima por su escaso tiempo de cotización a la Seguridad Social debido a cuestiones de salud, sobran explicaciones para entender las dificultades del día a día. Aun así, procura no acudir al trabajo sumergido porque considera que con ello restaría oportunidades a otras personas que están pasando en estos momentos por situaciones de mayor urgencia. Y, con semejante actitud, ¿es extraño que le cueste asumir por qué hay representantes del pueblo que no renuncian a recibir alguna de sus diversas y cuantiosas remuneraciones?