miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿Con sangre entra?

ELPAIS.com
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Opinión

Con motivo de la sentencia que condena a una madre a pena de cárcel y alejamiento por maltrato hacia su hijo, ha salido a colación pública la eterna cuestión sobre la necesidad u oportunidad de aplicar el castigo físico para educar a los hijos.
Me sorprende el elevado porcentaje de personas que manifiestan y afirman, como si de un axioma se tratara, que unas bofetadas a tiempo son mano de santo para que los chicos comprendan los límites y se conviertan en adultos cívicos y respetuosos. Hay un aspecto que no cabe duda, cuando aplicas castigo físico para frenar, reconducir o reprender la conducta que no parece apropiada, la reacción es inmediata y se obtiene la respuesta esperada a corto plazo; el niño, atemorizado, depone su actitud. Pero asimismo, también hay otro aspecto a tener en cuenta: esta teoría lleva en práctica miles de años, y parece ser que no hemos conseguido que la humanidad se comporte de manera exquisita y depurada.
Esto demuestra que la receta de la violencia no es sinónimo de reflexión y concienciación, muy al contrario, induce a los niños a devaluar el diálogo y la negociación como solución ante las discrepancias, proponiéndoles como alternativa eficaz la práctica de comportamientos agresivos que, con alta probabilidad, arrastrarán durante toda la vida.
Los adultos que consideran apropiadas las bofetadas, ¿aceptarían ser reprendidos con el mismo método cuando cometen o mantienen actitudes que otros consideran inapropiadas