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Cuando siendo un niño veía en la televisión o en alguna fiesta de
carácter popular que unas chicas eran distinguidas como las más bellas del
universo, del país o del pueblo, la verdad es que ya tenía dudas respecto al
título otorgado. Cómo iban a ser las más atractivas si la selección no era
realizada entre la totalidad de las chicas del mundo, ni tan siquiera de la
calle donde vivía. Por otro lado, observaba que los ojos del jurado, de los
amigos y los propios podían tener una percepción diferente, es decir, el
concepto de belleza no era algo uniforme.
Pasados los
años, el escepticismo arrastrado desde la niñez se encontró con la compañía de
una mirada que no entendía la distinción y valoración social de la mujer
atendiendo al físico. Y ahora, para ampliar un poco más la distancia respecto a
estos concursos, leo que las transformaciones estéticas están normalizándose
entre las aspirantes a Miss Universo llegando a cambiar hasta el punto de
parecer una persona distinta. Nunca llegué a imaginar que un premio de belleza
iría ligado a la dificultad para reconocerse ante el espejo.