sábado, 28 de noviembre de 2015

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En ocasiones acudo a una frutería regentada por una chica marroquí que, de manera habitual, lleva un velo cubriéndole el cabello; una persona atenta y de trato cordial; una trabajadora autónoma  que emplea a una joven española; una madre,  esposa y vecina que vive en el barrio como otra cualquiera. ¿Sería  sensato  dejar de acudir a la misma en respuesta a la atrocidad llevada a cabo en París?  No lo creo. En el verano de 2011, un noruego calificado por los medios de comunicación como fundamentalista cristiano, asesinó a casi 80 personas e hirió a otro centenar en un atentado perpetrado en su país, sin que ello pusiera en duda la conducta de la comunidad de  católicos practicantes. ¿Hay que tirar el racimo entero de uvas, o solo aquellas que estén en mal estado?  La animadversión,  el recelo y la violencia indiscriminada  hacia toda una colectividad no son reacciones justas ni apropiadas para hacer frente a la  sinrazón despiadada de una porción de la misma. El ser humano nace limpio de  avaricia, odio y fanatismo, aunque después  dispone de   escuelas suficientes para formarse en estos campos y  alcanzar distintos grados y titulaciones.