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En ocasiones acudo a una frutería regentada por una chica marroquí
que, de manera habitual, lleva un velo cubriéndole el cabello; una persona
atenta y de trato cordial; una trabajadora autónoma que emplea a una
joven española; una madre, esposa y vecina que vive en el barrio como
otra cualquiera. ¿Sería sensato dejar de acudir a la misma en
respuesta a la atrocidad llevada a cabo en París? No lo creo. En el
verano de 2011, un noruego calificado por los medios de comunicación como
fundamentalista cristiano, asesinó a casi 80 personas e hirió a otro centenar
en un atentado perpetrado en su país, sin que ello pusiera en duda la conducta
de la comunidad de católicos practicantes. ¿Hay que tirar el racimo
entero de uvas, o solo aquellas que estén en mal estado? La
animadversión, el recelo y la violencia indiscriminada hacia toda
una colectividad no son reacciones justas ni apropiadas para hacer frente a
la sinrazón despiadada de una porción de la misma. El ser humano nace
limpio de avaricia, odio y fanatismo, aunque después dispone
de escuelas suficientes para formarse en estos campos y
alcanzar distintos grados y titulaciones.