En el pasado mes de julio, tras ver cumplido un deseo que
mantenía vivo y coleando desde la infancia, el multimillonario Richard Branson
decía, con la emoción en el cuerpo, que la mayoría de los niños sueñan en algún
momento con ver la tierra desde el espacio, y que su cometido era transformar
la fantasía de los viajes espaciales en una realidad accesible para las
generaciones venideras. Sin embargo, teniendo en cuenta los informes
elaborados por la comunidad científica respecto al cambio climático, no parece
que el turismo espacial sea una forma de entretenimiento recomendable. Y aunque
sea innegable que muchos menores fantasean con subirse a una nave para
contemplar el planeta desde las alturas, tengo la impresión de que son
bastantes más los pequeños que sueñan con tener algo que llevarse a la boca
cuando aprieta el hambre, con dejar de escuchar las explosiones causadas por
las bombas caídas del cielo, con ir a la escuela, con disponer de un baño donde
poder asearse y hacer sus necesidades, con echarse a dormir sin miedo al asalto
nocturno, con dejar de ser víctimas de abusos sexuales o con dejar de trabajar
largas jornadas en condiciones indignas y penosas. Los sueños varían en función
de las circunstancias.