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La mentira no es un fenómeno del siglo XXI, lleva milenios al
lado del ser humano, caminando codo con codo de aquí para allá,
adaptándose con mayor o menor sutileza al entorno y las circunstancias,
durmiendo bajo el techo tanto de una chabola como de un palacio, compartiendo
mesa con la inocencia, el afecto, la fantasía, el miedo, la envidia, el
egoísmo, la adversidad, el odio, la servidumbre, el desprecio, la indiferencia,
la crueldad o la avaricia.
Sin embargo, hasta no hace muchos años, el radio de acción de buena
parte de las mentiras era bastante limitado, trazando un círculo que rodeaba a
familiares, amistades, vecinos y compañeros de trabajo; la capacidad para
divulgar públicamente bulos, embustes e información procesada en la sección de
manipulación y enredo era sensiblemente inferior a la existente en la
actualidad y no estaba al alcance de cualquiera.
Pero los tiempos han cambiado y, con el acceso a las tecnologías de la
información y comunicación y la posibilidad de difundir noticias de forma
inmediata y masiva, las patrañas inundan el espacio informativo durante las 24
horas del día. Por ello, parece recomendable usar la mascarilla de la duda, el
contraste y la selección.